Fecha

23 Jun 2016 - 16 Jul 2016

            Escribió en una ocasión Wallace Stevens que el único emperador es el emperador de los helados, verdad que se hace más latente al llegar el verano y que adquiere su traducción pictórica gracias al gesto sabio y comedido de Alejandra Caballero.

 Cuento de Verano es el título de su exposición. Lo es también de un filme de Eric Rohmer cuyos personajes parecen haber abandonado la bretaña francesa para pasear por las costas de Caballero, más imaginadas que presentes, construidas en un espacio intermedio entre la vigilia y el sueño de media tarde, entre la luz mediterránea y los ocasos hopperianos.

 Algo de estival tiene también la poética que anima esta serie de obras que se balancean entre la soledad de las ciudades desiertas en agosto que siempre soñamos habitar, y la intimidad de la casa, refugio que nos resguarda de la mirada pública, donde pueden desatarse elocuentes los gestos mínimos: la madre que cuida al hijo, el hijo que mira a la mascota, la mujer que lee plácidamente, el abrazo de los amantes. De mano de Alejandra Caballero nos convertimos en testigos silenciosos de escenas inundadas de privacidad, instantes efímeros y cotidianos cuya belleza usualmente nos pasaría inadvertida o, sencillamente, nos estaría vetada. La lectura, el desayuno o la merienda, las naranjas con los primeros rayos del día y la travesura del perro, el sueño de los niños y las mujeres, la contemplación calma del horizonte o de la copa de vino. Una soledad más acogedora que cualquier otro hogar, y que se construye dentro y fuera de los muros de la casa.

 La realización estética consagra en todo su esplendor el milagro de la pintura. Se palpa la complicidad entre el universo recreado y el lenguaje que lo expresa. La riqueza cromática no se presenta como impedimento sino como aliada en la delicadeza y armonía del resultado final. En sus obras las paletas de un Hockney que Alejandra ha mediterraneizado cumplen con la promesa del verano y de los versos de Stevens: “[…] dejad que los niños / traigan consigo flores en periódicos viejos. / Que sea el triunfo de la apariencia”.

 

            Escribió en una ocasión Wallace Stevens que el único emperador es el emperador de los helados, verdad que se hace más latente al llegar el verano y que adquiere su traducción pictórica gracias al gesto sabio y comedido de Alejandra Caballero.

 Cuento de Verano es el título de su exposición. Lo es también de un filme de Eric Rohmer cuyos personajes parecen haber abandonado la bretaña francesa para pasear por las costas de Caballero, más imaginadas que presentes, construidas en un espacio intermedio entre la vigilia y el sueño de media tarde, entre la luz mediterránea y los ocasos hopperianos.

 Algo de estival tiene también la poética que anima esta serie de obras que se balancean entre la soledad de las ciudades desiertas en agosto que siempre soñamos habitar, y la intimidad de la casa, refugio que nos resguarda de la mirada pública, donde pueden desatarse elocuentes los gestos mínimos: la madre que cuida al hijo, el hijo que mira a la mascota, la mujer que lee plácidamente, el abrazo de los amantes. De mano de Alejandra Caballero nos convertimos en testigos silenciosos de escenas inundadas de privacidad, instantes efímeros y cotidianos cuya belleza usualmente nos pasaría inadvertida o, sencillamente, nos estaría vetada. La lectura, el desayuno o la merienda, las naranjas con los primeros rayos del día y la travesura del perro, el sueño de los niños y las mujeres, la contemplación calma del horizonte o de la copa de vino. Una soledad más acogedora que cualquier otro hogar, y que se construye dentro y fuera de los muros de la casa.

 La realización estética consagra en todo su esplendor el milagro de la pintura. Se palpa la complicidad entre el universo recreado y el lenguaje que lo expresa. La riqueza cromática no se presenta como impedimento sino como aliada en la delicadeza y armonía del resultado final. En sus obras las paletas de un Hockney que Alejandra ha mediterraneizado cumplen con la promesa del verano y de los versos de Stevens: “[…] dejad que los niños / traigan consigo flores en periódicos viejos. / Que sea el triunfo de la apariencia”.