Fecha

10 Feb 2021 - 07 Mar 2021

Los diez artistas que presentamos dan vida a una naturaleza revestida que se adapta a la emoción contemporánea, creando imágenes posibles que nos muestran nuevas maneras de hacer mundo.

 

La mano y el ojo de Miguel Macaya (Santander, 1964) aprendieron el savoir faire de los grandes maestros de la pintura española y ahora el artista nos presenta, en una pincelada suelta pero precisa, temáticas clásicas que reformula desde códigos contemporáneos, acercándose en ocasiones al retrato psicológico. También la propuesta artística de Mònica Subidé (Vilassar de Mar, 1974) demuestra las infinitas variaciones que caben en un rostro. Subidé sintetiza lo mejor de las vanguardias históricas en una nueva figuración que reinventa el retrato a través de colores planos y líneas irreales que nos acercan al primitivismo.

 

Por su parte, la mirada al exterior de Alejandra Caballero (Madrid, 1974) nace de la búsqueda interior de la artista, en un gesto intimista que nos presenta escenas cotidianas en las que se han eliminado lo superfluo y lo anecdótico. Su aprendizaje del paisaje bebe a partes iguales de los realistas norteamericanos y de los pintores de la luz mediterránea. Juan Escauriaza (Madrid, 1961) realiza también un importante trabajo de mediación sobre lo exterior, pero en su caso introduce una reordenación armónica de los elementos que componen la realidad urbana. El pintor madrileño limpia las arquitecturas y los espacios de toda distracción que nos aleje de sus formas, colores y vacíos para sumergirnos en espacios aireados y detenidos, como islas en medio de la marea de la urbe.

 

Con las propuestas de Álex Barros (Madrid, 1989) y Miquel Wert (Barcelona, 1982) apartamos la mirada del entorno inmediato para dirigirla a un tiempo pretérito que se recrea pictóricamente no a través del recuerdo de los propios artistas, pues son escenas que les preceden o datan de su más tierna infancia, sino gracias a la mediación de la fotografía de familia. El resultado son imágenes que se mueven en la tensión entre lo particular y lo universal, recordándonos que, como había afirmado Tolstoi, todas las familias felices se parecen entre sí. En ambos artistas la elección del medio pictórico tiene un peso importante.

Álex Barros rechaza el lienzo en blanco en favor de la plancha de metal, lo que dota sus paisajes invernales de una solidez matérica que se aviene muy bien con el halo atemporal de sus imágenes.

Miquel Wert, por su parte, trabaja el lienzo con medios tradicionalmente asociados al papel, como el grafito o el agua. La instantánea fotográfica es transpuesta en lo instantáneo de un lápiz que esboza rápidamente unas líneas para no perder la imagen fugitiva. El resultado son escenas cargadas de misterio que parecen prontas a desaparecer ante nuestros ojos, retornando al pasado al que pertenecen.

 

El realismo llega a su grado de mayor exaltación con Eloy Morales (Madrid, 1973). A medio camino entre España y Estados Unidos, Morales juega en sus obras de pasmosa precisión a construir y destruir la ilusión de realidad desplegando toda la potencia del lenguaje plástico.

 

La pintura de Gabi Gallego (Barcelona, 1988) y la de José Bonell (Barcelona, 1989) están, por su parte, atravesadas por lo narrativo: sugieren siempre un algo más que dota a las obras de tensión, convirtiéndolas en instantes extraídos de una cadena temporal y de significación más amplia. Gabi Gallego reinventa ficcionalmente el paisaje, gran protagonista del figurativismo desde el siglo XVI, manifestando con fenómenos paranormales o presencias inesperadas que aún quedan rincones para la fantasía y lo incontrolado en un entorno que llevamos siglos tratando de domesticar.

El entorno que José Bonell quiere liberar de la domesticación es el cotidiano: la cama sobre la que dormimos, el museo que visitamos habitualmente, el callejón que frecuentamos cada día. Introduciendo elementos extraños en lo familiar Bonell logra provocar una sensación de inquietud, de Umheimlich, que nos traslada al terreno de lo narrativo.

 

Una forma afín de subversión irónica de la realidad la ejecuta el escultor Gerard Mas (Sant Feliu de Guíxols, 1976). En sus obras conviven, no sin incomodidad, elementos pertenecientes a mundos distintos; una convivencia que inquieta y desconcierta al espectador, forzándole a introducir una ruptura en la imagen que esperaba unitaria.

 

De este modo, presentamos diez aspiraciones artísticas que plantean el diálogo con el espectador sobre el desarrollo del Arte Figurativo, profundizando en la propia definición del género, que, a través de las distintas propuestas, concluyen en una poesía plástica expresada a través de las nuevas formas de representación. Caravaggio ya decía que “cuando no hay energía, no hay color, ni forma, ni vida”, dando a entender que el Arte no se hace únicamente a través de la técnica o los colores, sino que ha de profundizar en el sentido que las nuevas formas identificables quieren decirnos.

Los diez artistas que presentamos dan vida a una naturaleza revestida que se adapta a la emoción contemporánea, creando imágenes posibles que nos muestran nuevas maneras de hacer mundo.

 

La mano y el ojo de Miguel Macaya (Santander, 1964) aprendieron el savoir faire de los grandes maestros de la pintura española y ahora el artista nos presenta, en una pincelada suelta pero precisa, temáticas clásicas que reformula desde códigos contemporáneos, acercándose en ocasiones al retrato psicológico. También la propuesta artística de Mònica Subidé (Vilassar de Mar, 1974) demuestra las infinitas variaciones que caben en un rostro. Subidé sintetiza lo mejor de las vanguardias históricas en una nueva figuración que reinventa el retrato a través de colores planos y líneas irreales que nos acercan al primitivismo.

 

Por su parte, la mirada al exterior de Alejandra Caballero (Madrid, 1974) nace de la búsqueda interior de la artista, en un gesto intimista que nos presenta escenas cotidianas en las que se han eliminado lo superfluo y lo anecdótico. Su aprendizaje del paisaje bebe a partes iguales de los realistas norteamericanos y de los pintores de la luz mediterránea. Juan Escauriaza (Madrid, 1961) realiza también un importante trabajo de mediación sobre lo exterior, pero en su caso introduce una reordenación armónica de los elementos que componen la realidad urbana. El pintor madrileño limpia las arquitecturas y los espacios de toda distracción que nos aleje de sus formas, colores y vacíos para sumergirnos en espacios aireados y detenidos, como islas en medio de la marea de la urbe.

 

Con las propuestas de Álex Barros (Madrid, 1989) y Miquel Wert (Barcelona, 1982) apartamos la mirada del entorno inmediato para dirigirla a un tiempo pretérito que se recrea pictóricamente no a través del recuerdo de los propios artistas, pues son escenas que les preceden o datan de su más tierna infancia, sino gracias a la mediación de la fotografía de familia. El resultado son imágenes que se mueven en la tensión entre lo particular y lo universal, recordándonos que, como había afirmado Tolstoi, todas las familias felices se parecen entre sí. En ambos artistas la elección del medio pictórico tiene un peso importante.

Álex Barros rechaza el lienzo en blanco en favor de la plancha de metal, lo que dota sus paisajes invernales de una solidez matérica que se aviene muy bien con el halo atemporal de sus imágenes.

Miquel Wert, por su parte, trabaja el lienzo con medios tradicionalmente asociados al papel, como el grafito o el agua. La instantánea fotográfica es transpuesta en lo instantáneo de un lápiz que esboza rápidamente unas líneas para no perder la imagen fugitiva. El resultado son escenas cargadas de misterio que parecen prontas a desaparecer ante nuestros ojos, retornando al pasado al que pertenecen.

 

El realismo llega a su grado de mayor exaltación con Eloy Morales (Madrid, 1973). A medio camino entre España y Estados Unidos, Morales juega en sus obras de pasmosa precisión a construir y destruir la ilusión de realidad desplegando toda la potencia del lenguaje plástico.

 

La pintura de Gabi Gallego (Barcelona, 1988) y la de José Bonell (Barcelona, 1989) están, por su parte, atravesadas por lo narrativo: sugieren siempre un algo más que dota a las obras de tensión, convirtiéndolas en instantes extraídos de una cadena temporal y de significación más amplia. Gabi Gallego reinventa ficcionalmente el paisaje, gran protagonista del figurativismo desde el siglo XVI, manifestando con fenómenos paranormales o presencias inesperadas que aún quedan rincones para la fantasía y lo incontrolado en un entorno que llevamos siglos tratando de domesticar.

El entorno que José Bonell quiere liberar de la domesticación es el cotidiano: la cama sobre la que dormimos, el museo que visitamos habitualmente, el callejón que frecuentamos cada día. Introduciendo elementos extraños en lo familiar Bonell logra provocar una sensación de inquietud, de Umheimlich, que nos traslada al terreno de lo narrativo.

 

Una forma afín de subversión irónica de la realidad la ejecuta el escultor Gerard Mas (Sant Feliu de Guíxols, 1976). En sus obras conviven, no sin incomodidad, elementos pertenecientes a mundos distintos; una convivencia que inquieta y desconcierta al espectador, forzándole a introducir una ruptura en la imagen que esperaba unitaria.

 

De este modo, presentamos diez aspiraciones artísticas que plantean el diálogo con el espectador sobre el desarrollo del Arte Figurativo, profundizando en la propia definición del género, que, a través de las distintas propuestas, concluyen en una poesía plástica expresada a través de las nuevas formas de representación. Caravaggio ya decía que “cuando no hay energía, no hay color, ni forma, ni vida”, dando a entender que el Arte no se hace únicamente a través de la técnica o los colores, sino que ha de profundizar en el sentido que las nuevas formas identificables quieren decirnos.